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La obra activa de Emili Ametller

Es esencial no confundirse, ni perder de vista el tema principal al contemplar las imágenes espectrales de los lienzos de Emili Ametller. Tal precisión es necesaria al mirar un arte que se mueve de forma tan franca (y en forma tan evocativa y experta). Sería fácil para nosotros en tanto espectadores quedar seducidos, por ejemplo, por la capacidad narrativa del artista y la riqueza de los detalles episódicos en obras tales como “Pan de piedra” (1996), o en “La ofrenda” (1996), en que un pajarillo ofrece un presente al minotauro que está recostado contra una balaustrada de mármol. En esta pintura de la ofrenda: un guijarro que el pájaro sostiene en el pico, se convierte en el punto central (literalmente) de la acción. En el arte de Ametller, la “acción” a la que me refiero aquí, ocurre en varios niveles que son la clave de sus propósitos plásticos. Esta “acción” es el tema principal de su arte.

 

Una de las “acciones” (en el sentido narrativo) es el intenso drama de la in-acción. La acción del interludio: El momento entre acciones, en que el aire está lleno de la callada aunque sobreentendida comunión entre los seres sensibles y los objetos inanimados: La acción de ser.  Aquí, en las obras del artista, el aire está repleto de una sensación de drama cuyo principal ingrediente es la quietud omnipresente marcada por una misteriosa expectativa. Las pinturas de Ametller están llenas de acción de otro tipo: hay una tumultuosa corriente de energía pictórica fluyendo a través del trazo. Es evidente una forma peculiar de “action painting” (pintura de acción) inventada por Ametller.

 

El artista ha ideado una técnica pictórica única, a la que ha llamado “estocástica”, para realizar estas imágenes espectrales inmovilizadas cuajadas de una luz ambiental interior. Según el diccionario, estocástico significa el “proceso que estudia la evolución de un sistema en que la ley de probabilidades está en función del tiempo”. Pero otro tipo de acción- la de la alteración- también conforma las obras de Ametller. Crea imágenes sobre un fondo oscuro derramando, esparciendo y salpicando látex licuado sobre la superficie del lienzo previamente preparado. Este método permite al artista que el material le sugiera las formas que pueden aparecer y dominar el cuadro mientras trabaja con diferentes espátulas sobre las superficies húmedas. Las formas misteriosas, fantasmagóricas que resultan, parecen ser hechas de binzas elásticas de pintura en constante movimiento. Esta binza de pintura es la encarnación de los impulsos imaginativos y gestuales de Ametller que se funden para formar y deformar figuras reconocibles imbuidas de una luminosa semi-opacidad. Las obras con su sobre-exposición y apariencia fugitiva parecen de otro mundo.

 

Los trazos del artista y sus efectos fantasmáticos se aplican a naturalezas muertas, escenas mitológicas, estudios de figura y retratos sugeridos por sueños y espejismos. Sus pinturas se han desarrollado como si fueran silenciosas reminiscencias visuales que la mente ha unido para asombrarnos con su audacia icónica. Las imágenes de Emili Ametller dan a la mente del observador el tiempo y el espacio para reflexionar: una acción mental que el artista no puede dejar de incitar con el juego de metamorfosis presente en toda su obra. Los efectos visuales del artista nos sorprenden con sus charcos secos y remolinos de látex de color carne que parecen a la vez transparentes y húmedos. El entrelazamiento y la mutación entre la forma y la figura, lo figurativo y lo no figurativo, la opacidad y la transparencia es una exploración pictórica del derrumbamiento de los contornos del cuerpo por la invasión del espacio.

 

Los esfuerzos del artista trazan dos actos simultáneos y aparentemente contradictorios. El primer acto es la imitación: la semejanza óptica y física de la calidad pictórica con la emulsión fotográfica en el trabajo de Ametller, evoca el mayor mito de la fotografía como el registro mecánico y objetivo de la realidad identificable. El segundo acto es el del expresionismo gestual como el fiel registro subjetivo de la realidad física y somática de su creador. Estos dos impulsos en el arte de Ametller, se generan dentro de las leyes gemelas de la alteración y la mutación. Uno encuentra en ellas paralelos con la exploración surrealista de l’Informe, particularmente en las obras con emulsión fotográfica y solarización de fines de los años veinte y treinta de Man Ray, Maurice Taubard y Raoul Ubac. El exhibicionismo pictórico de los cuerpos histéricos de Francis Bacon también se refleja en las amorfas formas borrosas de las anotaciones figurativas de Ametller.

 

El significativo acto final del artista es claro: nos dará el mapa del camino, pero no hará el viaje por nosotros. El resultado es una experiencia visual llena de poder y tensión latentes. Nos corresponde a nosotros experimentar la analogía psíquica de sus acertijos visuales: las formas de la materia y de la vida vacilantes al borde de la opacidad y la transparencia, la composición y la descomposición, la dispersión y la coherencia, la ilegibilidad y la inteligibilidad, la ruptura y la integridad. La contradicción entre un cuerpo coherente que se mueve, su desintegración, y la simultaneidad de la forma rota e íntegra es así visualmente reconstruida en cada una de las inquietantes pinturas de Emili Ametller.


 

 

Dominique Nahas es historiador del arte y conservador independiente que trabaja y vive en Manhattan. Fue conservador Jefe de Arte Contemporáneo del museo Everson en Syracuse y director del museo Neuberger, Universidad del estado de Nueva York-Purchase, Nueva York. Entre sus muchas exposiciones, fué curador responsable de las retrospectivas americanas de artistas como Les Levine, Nancy Spero y Osvaldo Romberg. También trabaja como el editor Nueva Yorkino de la revista D’art basada en Toronto, Canadá y como crítico en las revistas Review, Flash Art and Art in America.